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Categoría: Public Affairs

Las funestas consecuencias de la «Diplomacia del Hijoputa»

Muchas veces las anécdotas se atribuyen a personas equivocadas, pero para lo que viene al caso, bien me sirve utilizar esta versión que creo haber leído u oído hace unos años. Cuentan que en una ocasión se hablaba en los círculos diplomáticos norteamericanos de la dudosa catadura moral del General Noriega, el militar a sueldo de la CIA que manejó Panamá durante los años ochenta.

La nueva sociedad ya está aquí

Olvidada ya la desconfianza que la burbuja tecnológica generó sobre las posibilidades de Internet, asistimos en el presente a una nueva etapa en el desarrollo de la Red. En el año 2002, Manuel Castells afirmaba en una conferencia que «Internet es el tejido de nuestras vidas en este momento. No es futuro. Es presente. Es un medio para todo, que interactúa con el conjunto de la sociedad».

Tales palabras, quizá prematuras en el tiempo en que él las pronunció, cobran ahora su completo significado y todavía alcanzarán un mayor sentido en los años venideros.

Lo que caracteriza este periodo de Internet no es la presencia indiscutible de la llamada nueva economía (ahora simplemente economía), ni tampoco la interminable disponibilidad de información a golpe de click, que se ha convertido en algo tan ordinario como el aire que respiramos.

La nueva era se describe porque la Red es ya el espacio más aventajado de construcción social. Las formas tradicionales de relación social perviven y subsistirán por mucho tiempo, pero los experimentos novedosos de comunidad se ensayan a través de Internet.

El éxito económico y de participación de algunos sitios, cuyo principal servicio es facilitar el establecimiento de vínculos y la creación de grupos sociales, nos indican que la tendencia ya no tiene retomo. Pese a los temores que han expuesto quienes desconocen a fondo la naturaleza de la Red, diversos estudios han constatado que la sociedad virtual repite muchos de los patrones de conducta que se manifiestan en la sociedad tradicional. No obstante, también tiene sus peculiaridades.

Tal vez, la más destacada es que en Internet tienen menos importancia las relaciones impuestas o de carácter circunstancial y mucho mayor peso los vínculos basados en el interés, la voluntad y el hecho de compartir ciertos valores.

Las personas ya no están tan mediatizadas por su herencia social y no se enfrentan, en principio, a limitaciones espaciales e incluso temporales. En la Red, uno puede intervenir de forma más activa en el desarrollo de sus relaciones y hasta puede modificar su identidad para crear vínculos más provechosos.

Pero no todo son ventajas en la sociedad virtual. Movidas por dicho interés, muchas de las relaciones a través de Internet tienen un alto componente de egoísmo y conducen a un fenómeno que puede resultar contradictorio, que es el de la privatización social. Hay menos margen para la espontaneidad en los vínculos y, por tanto, una visión de la comunidad como un espacio instrumental

Tiempo de perplejidad

A pesar de que algunos nos avisaron de que nuestro modelo político y social se agotaba, parece que cada uno de los nuevos acontecimientos que apuntalan el dictamen nos sorprende como si fuera un terremoto imprevisto de esos que tenemos últimamente por donde yo vivo.

Donde hay cálculo político, falta realismo democrático

 

La clave la daba hoy el filósofo Daniel Innerarity en una entrevista en El Español:

«La política está hecha de aspiraciones y renuncias. Los comunistas quieren nacionalizar la banca, pero si gobiernan, seguramente no puedan hacerlo. Si un nacionalista español logra alcanzar el Ejecutivo querría acabar con las autonomías, pero a la hora de la verdad, sería poco probable que lo hiciera. Esa tensión entre lo que uno desea y lo que las circunstancias le permiten es el ‘abc’ de la política. Lo malo sería que no hiciéramos esa distinción y pretendiéramos colmar nuestras máximas aspiraciones sin tener en cuenta la sociedad a la que gobernamos».

La cultura de la globalización

Con permiso de Ignacio Ramonet, Director de Le Monde Diplomatique, y sus compañeros del Foro Social Mundial, creemos que ya podemos decir que la glo­balización ha dejado de ser un fenómeno económico para tomar una dimensión social e incluso Cultural. Y de acuerdo con ello, ya no tiene posibilidad de derro­ta, al menos en el corto plazo.

Así lo entiende uno de los apóstoles de la globali­zación, el intelectual sueco Johan Norberg, autor del célebre libro En defensa del capitalismo global y del documental La globalización es buena. Norberg se hace eco de una reciente encuesta del Chicago Council of Global Affairs y Worldpu­bliopinion.org, en la que se constata que la globalización goza ya de una gran aceptación popular.

Más del 61 por ciento de las 20.000 personas consultadas en 19 países consi­deran que «el comercio internacional y las conexiones de la economía nacional con las de otros Estados alrededor del mundo es un fenómeno positivo». El in­forme concluye con Ia idea de que «el apoyo a la globalización es muy sólido a lo largo del planeta. No obstante, todavía queda un 20 por ciento de ciudadanos irreductibles, que como los galos de Astérix, se muestran reacios a reconocer las ventajas de la mundialización.

Lo quizá sorprendente es que los refractarios no se encuentran entre los ciu­dadanos del antes llamado ‘Tercer Mundo, supuestas víctimas de la expansión total del capitalismo. En países como Tailandia, China, Corea e incluso Irán (en este caso, una prueba más de que los líderes conducen a caminos no deseados por el pueblo), el apoyo a la globalización es predominante.

Por el contrario, en naciones ricas como Francia o Estados Unidos, partidarios y detractores se en­cuentran casi empatados. Las consecuencias funestas a corto plazo, como la des­localización, influyen en las percepciones negativas.

No obstante, mientras que la respuesta francesa parece obvia, llama la atención que los norteamericanos se muestren tan escépticos de un movimiento del que son los principales impulso­res y probablemente los más beneficiados.

De todos modos, mal que nos pese, los países occidentales cada vez mandamos menos en las tendencias del mundo y es inevitable que la cultura globalizadora se imponga también entre nosotros. No podemos darles la respuesta de los españoles, porque el sondeo no se ha rea­lizado en nuestro país.

Más allá de los datos, el informe nos confirma que el mundo se ha convertido en un gran espacio interconectado, en el que de forma constante suceden acon­tecimientos de gran interés.

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